domingo, agosto 13, 2006

Papelitos azules

El sábado fui a un café y me contaron un cuento que más o menos va como sigue:

Martín era un niño de 9 años, y como cualquier niño de esa edad le gustaban las Tortugas Ninjas, los Thundercats, el Mario Bros 3, etc. (si es un niño de finales de los noventas como yo). El era muy feliz, hasta que un día, de súbito, dejo de impórtale que Destructor tuviera secuestrado a Splinter en el centro de la Tierra; tampoco le importaba en absoluto que Munra “el inmoral”, tuviera un nuevo plan para conquistar por completo el tercer planeta; y ya no le importaba que su hermanito menor hubiera descompuesto el botón “A” del control del Nintendo.

Lo único que le importaba a Martín era María. María era una niña chaparrita, con trencitas y morenita. Y desde que Martín conoció María, sintió que solo tenía vida para poder contemplarla en el receso comiéndose un hielito o unas papitas con chamoy. Si a tú edad resulta difícil decirle a alguien que lo amas y no tienes idea de cómo expresar todos esos sentimientos tan intensos, imagínate lo difícil que era para Martín, que tenía 9 años, y su mundo se reducía a las caricaturas y el Nintendo.

Total que un día Martín se animó a acercársele a María y le dijo: María yo te quiero dar algo. Puso su puño cerrado sobre la mano abierta de María, soltó lo que quería darle y salió corriendo. ¿Qué crees que era? Pues si, un papelito azul. María lo vio y sin darle importancia lo guardo en su mochila.

La semana siguiente, Martín llego y repitió lo mismo que la semana anterior pero esta vez le dio 2 papelitos. Y así pasaron muchos meses, y todas las semanas le iba dando más papelitos azules: 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, etc. Hasta que llegó el momento que María tenía papelitos azules por todos lados, abría su cuaderno de sociales y había papelitos azules, abría su cajón para jugar a las Barbies y había papelitos azules.

Ya se acercaba el día de la semana en que Martín llegaba con sus papelitos, María no llevaba la cuenta pero vio que venia con una súper bolsa llena de papelitos, María ya estaba bien harta de tantos papelitos azules y cuando Martín llegó con su speech tradicional: María yo te… - fue interrumpido por un zarandeo de María que le reclamaba: ¿Porqué me das papelitos? ¿Porqué a mi? ¿Qué te hice? ¿Quién eres tú para hacerme esto? Entonces Martín se soltó miro al suelo durante un minuto, volvió su mirada hacia María y le dijo con voz temblorosa: María, yo soy el hombre que te ama tanto que es capaz de regalarte todo el cielo en pedacitos.

Fin.

sábado, agosto 12, 2006

Japonesas rockeras

Ayer andaba en el colegio peleándome con el maldito poli de la entrada porque no me dejaba pasar (perdí mi credencial hace 2 días). Terminé amenazándolo y diciéndole que lo iba a reportar con mi coordinador académico y ya me dejo entrar, pero estaba bien enojado, así que antes de ponerme a estudiar decidí comenzar a merodear por la biblioteca. Normalmente los economistas de mi generación estudiamos en el tercer piso (para abajo, no para arriba), aunque en realidad deberíamos de estudiar en el segundo, porque el segundo piso de la biblioteca es de economía, en cambio el tercer piso es de historia.

En todo caso estaba en el tercer piso viendo quien ya se había puesto a estudiar micro y, como seguía enojado y harto de estudiar, continué merodeando por la biblioteca, pasando entre los estantes de libros que están en idiomas asiáticos, y de repente escuche una conversación en un idioma extraño que creí identificar como japonés. Di la vuelta al estante y estaban dos nenas japonesas hablando entre ellas en su dialecto raro. En cuanto entre en su campo visual las dos se quedaron calladas viendo y yo me quedé parado como tonto, y una de ellas me dijo “hola” y como reflejo condicionado también contesté lo mismo. Las dos estaban sorprendidas y sonrientes, e intercambiaron unas frases en japonés. Y me dijeron que si que hacia ahí, y les dije que solo estaba perdiendo tiempo porque no quería estudiar. Total que me empezaron a sacar plática, pero todo era bien tétrico porque todo estaba bien obscuro (en la biblioteca del colmex las luces se apagan para ahorra energía y si quieres un libro tienes que aplastar un botoncito en el estante donde buscas el libro). Total que les dije que era del norte y se emocionaron porque dijeron que era vaquero (ajá yo soy vaquero), también me enteré que eran de Kyoto, una ciudad bien antigua de Japón, donde dicen ellas, en un tiempo fue la capital del imperio japonés y demás.

Después de 20 minutos de platica en la oscuridad (lo más curioso era que nadie pasaba por los pasillos), me dijeron que ya se tenían que ir. Y yo: simón mucho gusto, pero no me dijeron como se llaman. Y una me dijo que se llamaba Nitsuko y la otra se llamaba Yui. Y ya, les dije que yo me llamaba Luis, y que me emocionaba conocerlas y demás. Y cuando se iban yendo, se me acercaron un chorro, tanto que podía oler su perfume japonés (olia como a bubblegum) y las dos me dieron un beso en cada mejilla, pero no fue un beso rápido como cuando saludamos a alguien aquí, si no lento y suave… y me quedé como tonto, así súper relajado, en shock, traumado… esperen es que no dije que las dos eran muy cutes… cuando capte lo que había pasado ya se habían ido.

Salí todo emocionado de los pasillos de la biblioteca, danto saltitos como Heidi cuando anda brincando en la montaña, y mis amigos me vieron y me dicen: ¿que te pasa? Pero no les contesté nada, no estaba seguro de que hubiera pasado todo eso realmente. Después de todo tanta presión a lo mejor me había hecho alucinar.

Ahora siempre que voy a la biblioteca, paso por esos pasillos de libros asiáticos, pero ya no he vuelto a ver a Nitsuko y a Yui. Espero que hayan salido de vacaciones y no haya sido producto de mi imaginación.