Una mañana desperté con una sensación de vacío. Había tenido una noche intensamente interesante. Llena de gemidos, llena de sudor, llena de olores y llena de fluidos.
Lo cierto era que vivir en un penthouse de la ciudad de Trántor, donde el único panorama que podía ver era ciudad y mirar al cielo sólo producía una sensación plástica, podría estar afectando lo más profundo de mis sentimientos y psique.
Por otra parte, necesitaba amor. Amor que no podía ser satisfecho por haber dormido con mujeres diferentes cada semana del año trantoriano.
Decidí salir de Trántor en buscar de amor, en busca de alguna respuesta. Conocí mundos muy interesantes: lugares afrodisíacos, lugares de calma total, mundos desérticos, mundos acuáticos, etc. Pero nada funcionó.
La vida es irónica, siempre lo ha sido, y esta vez no fue la excepción. Cuando estaba en un mingitorio del un bar de cuarta en el planeta Kornell, descubrí un garabato donde se intentaba representar nuestra galaxia; en los anillos exteriores había una cruz, como si se tratará de un mapa y decía: sol verde, el placer que muere.
Algo se removió en mi cabeza, mi corazón palpitó más fuerte: estaba seguro, ese era mi destino, ahí encontraría lo que andaba buscando. Emprendí el viaje inmediatamente y tracé rápidamente el curso que la nave debía tomar; calculé cada salto sin parar, cada pársec, cada segundo. Una semana después estaba girando alrededor del último anillo de la galaxia, tarde otro mes en ver la brillantez de un hermoso sol verde.
En su orbita había un modesto planeta, que mi computadora analizó y me mostró lleno de vida, pero primitiva. Aterricé a las 5 de la tarde hora local (cálculo aproximado de mi computadora). Sentía que la vida del planeta fluida a mí alrededor, me quedé a mirar el hermoso paisaje, me tiré en el pasto, me adormile un poco, cuando de pronto lo sentí: algo recorrió mi cuerpo.
Recorrí con mi mirada todo el lugar: mi nave, pasto, unos árboles y un intenso verde apagándose lentamente en el horizonte. No pude ver nada. De pronto sentí de nueva como que algo envolvía mi cuerpo, una sensación de estar cubierto por algo, pero sólo era aire. Luego la tierra se movió un poco, los árboles comenzaron a danzar, y las nubes empezaron a hacer figuras diferentes. De pronto lo entendí: el planeta. El planeta estaba vivo, el planeta me estaba tocando, el planeta quería saborearme y yo quería saborear el planeta.
La sensación fue distinta a todas las que había experimentado, él (ella) podía invadir mi mente, me creaba las imágenes que más me excitaban; exaltaba mis sentidos, tenía sensaciones por todo mi cuerpo, me tocaba pero no lo hacía; podía oler sexo fresco, combinado con otros olores magníficos como tierra mojada, cenizas, perfumes, flores, sudor, etc.
Hicimos el amor por tres días, hasta que mi cuerpo estaba suficientemente débil por falta de comida, y el placer se fue haciendo más tenue, pero el orgasmo se había extendido cada segundo. Comprendí la frase “el placer que muere”, todo ser humano que había pisado este planeta moría por no poder dejar el placer: miré el cielo una vez más y una sonrisa vio desaparecer mi última chispa de vida.
3 comentarios:
Aaaaamo esta historia mil trillones, toda la idea de ser poseído por un PLANETA (omfg), de morir de placer... ya sabes, "amor hasta la locura" :p. En fin, la pluma indestructible y yo estamos de acuerdo en que este post rockea totalmente :***
Luis
como han cambiado tus textos en los últimos años.
De corazónes que se derriten con tu mirada a olores de sexo tratorianos.
me gusta.
saludos :P y mándame el cuaderno por estafeta ya!!
cielos... es verdad amiga, tengo una excelente historia exclusva para nuestro libro... lo enviaré pronto :)
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