martes, agosto 28, 2012

Mexican Frenzy: Desesperanza



—¡A la madre, qué chingón! — dijo el Mike con una sonrisa cuando nos asomamos por el plafón. Rápidamente él y el Mireles acercaron una mesa para que pudiéramos bajar. Ellos estaban en una sala de conferencia. Era más grande que la oficina en donde nos habíamos quedado nosotros, pero igual, no tenía ninguna ventana por la cual escapar. En el salón estaban: El Mike, La Neni, Liz y el Mireles. Cuando bajamos el Mireles dijo — ¿Y el morro de lentes? ¿El Rudo? — El dogo intentó contestarle, pero su voz salió temblorosa — El Rudo... — no era necesario terminar, el Mireles entendió y movió lentamente su cabeza.

—¿Qué pasó? — preguntó la Neni. — Se convirtió en zombie después de tantas horas, el rasguño de su pierna si lo contagió, no sabemos por qué — explicó el Dogo. La Neni abrió mucho los ojos y apretó el brazo del Mike con fuerza… — ¿Qué pedo, qué pasa? — Le pregunté. El Mike volteó a ver al Mireles, se veía tristeza en su cara, después me volteo a ver a mí y los demás, dejó su mirada fija en un punto de la pared… — ¿Qué? — interrumpió el Gera. — El Mike soltó la verdad de golpe: — Al Mireles lo rasguñó un zombie en el brazo.

Todos guardamos silencio. Mireles levantó la cabeza, tenía el rostro desencajado, quería hablar pero las palabras simplemente no podían surgir de su boca. El Gera se acercó y  puso su mano en su hombro — Tranquilo wey. Vamos a ver cómo evoluciona. — Sí — prosiguió el Mike — A lo mejor no siempre funciona igual esta infección rara o lo que sea. — Además, todavía falta que salgamos que de aquí y quizá haya gente trabajando en crear alguna vacuna — continué yo para animarlo. — ¡Mungs!, eso no sucede nunca, las vacunas jamás funcionan — remató el Mireles. — Ya cálmense — intervino Liz. — Espero que estés bien, no te preocupes, aquí vamos a estar contigo Mireles —todos asentimos en silencio.

Mireles se había desesperado un poco con los comentarios, pero después se relajó. Se sentó en una esquina con la mirada perdida. Sergio Mireles había contribuido mucho a que estuviéramos vivos y tan sólo pensar en que pudiera correr la misma suerte que el Rudo…

Me recosté en el piso meditando. Me pregunté en silencio, por primera vez, qué estaba pasando. ¿Sería una infección como decía el Mike? ¿Sería una maldición, una especie de magia de sangre o acaso obra de necromancia? ¿Por qué había ocurrido en ese momento? No había respuestas. Miré hacia arriba con atención: El techo no me podía decir nada. Sólo era un techo extraño, blanco con acabados plata, era feo y de mal gusto. — Bueno, si estamos cansados y estresados no vamos a lograr nada. — dijo Mireles con voz baja. Nadie contestó, pero el comentario fue tomado como propuesta. Todos se sentaron en el suelo en silencio, cada uno con un universo en su cabeza. Pude ver en sus miradas que se hacían las mismas preguntas que yo. Todos se veían devastados. Por primera vez sentí tristeza y ganas de llorar.

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