¡Tormentas, fuego, lluvia ácida y estrellas! ¡Al fin juntos!,
como la marea que siempre regresa, como las burbujas
explosivas, como el universo que termina, nos encontramos;
este destino es nuestro, tracémosle.
Beso. La básica expresión de
unión, de magia, de sentimiento. Pueden pasar siglos sin que el sabor
desvanezca, sin que el sonido diluya, sin que recuerde el comienzo. Kara me
besa, pero su beso lleva una pasión armónica, no blasfema, con sentimientos
claros y evidentes. No estamos ahí por un ardiente deseo, no es la burda carne,
ni las hormonas. Es una necesidad paternal, filial, de energía atómica uniendo
nuestros cuerpos.
Así se creó el universo. Con la
unión de dos, con el regreso de su hija a su padre, uniendo los cabos sueltos,
danzando valses perfectos, sudando con cada respiración y exhalaciones
calientes. Así nacimos y nos repetimos cada instante, segundos para los Dioses,
eones para los hombres, suspiros para Kara Thrace. Así convergen las líneas
espaciales, así se entienden las coordenadas: nos llevan a donde empezamos, en
donde se curva la luz y la gravedad nos vuelve súper densos.
Inexperiencia. Las gotas de agua
circulan por nuestra espalda, son la destilación de energía consumada, la
creación. Escribir con saliva y dibujar curvas imaginarias, mas se
convierten en imágenes superpuestas cuando cierro los ojos, es masa crítica a
punto de ebullición. Con paciencia, sin esperar nada, me entrego a la musa,
buscando mi sombra entre sus piernas.
Su beso y abrazo me capturan, siento
sus manos, piernas, abdomen, aliento y cabello. Pruebo su piel, saboreo
sus ojos, su boca y su lengua; su mente se va fundiendo lentamente con la mía.
La sensación va más allá de cualquier entendimiento, es una coreografía antigua
que me hace recordar. Cuando una burbuja revienta y ella deja de respirar,
desaparece dentro de mí. Somos uno.
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