Música al ritmo de vals, sube y baja, como la marea,
sus cenizas giran en el viento, polvo y espuma provocando
la luz es transparente, confunde con su aura, evocando;
son ilusiones obscuras, mas encienden fuego y brea.
Regala un poco Kara, bésame lentamente con tu alma,
tu dulce lengua, va marcando la pauta rítmica y eleva,
sangre cylon, sabor sintético y vida eterna,
la muerte no teme, solamente espera.
Una y otra vez, cuando algo faltó
no logró sentir la entrega, no alcanzó el orgasmo, el alcohol no fue suficiente, la consciencia
se crispó, un golpe fuerte sacudió el cerebro, el amor sin sabor a esperanza;
faltó el temor. Mas la armonía perfecta, donde danzan las estrellas y se acaba
el infinito comienza con una canción llamada Kara.
El amor. Palabra fuerte, llena de
fuego que trasmuta el alma. Dios ¿estás ahí? Después de tantas horas dedicadas
a ti, todavía no se llena ese hueco frío entre el corazón y el crisol. Sus
pasos metálicos por el viejo corredor,
asciende sin titubear a la nada. Kara, ¿Cómo te trata tu saliva? ¿Cuántos
besos necesitas entregar para salvarme?
He descubierto una verdad: Kara
Thrace. Ella, solamente ella, con las llamas encendidas, creando música divina,
me mostró el camino, sólo falta recorrerlo sin quemarme. Hablar de ella por
eones, recostarme en su almohada y succionar su aroma. El ciclo se repite, como
un espiral de caracol, como la Vía Láctea, unidos siempre, divinos.
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