Sumergido en los sueños y en la realidad, me encontré una vez cerca de la orilla del mar. Las olas trataban de devastar las rocas que le hacían frente con valentía, el sol se apagaba lentamente en el horizonte, sus rayos naranjas me daban calor directo en el corazón. Sentí el frío profundo empezar a recorrer mi cuerpo, primero mis pies descalzos, después mis piernas, luego mi estomago, mientras la humedad lentamente iba devorando la sequedad provocada por el desierto.
Bajo el mar caminé unos pasos sin sentir temor de no respirar, pero cuando una sirena me pidió que respirara lo hice. Tragué el agua salada con los latidos de mi corazón acelerados, pero es todo, no morí, respiré mar, respiré azul y arena, sin más.
Con ayuda de la sirena comencé a descender en las profundidades místicas del reino de los mares. Pasamos por debajo de las rocas, mi mente estaba concentrada en el contraste de colores, olores acuáticos, sabores y sensaciones frescas que rodeaban mi cuerpo. El camino fue largo, pero esperé, sin sentir nunca desesperación por lo que me fuera a ocurrir.
Cuando llegamos a la ciudad, creo que una lágrima se escapó y se perdió para siempre en las lágrimas infinitas del océano. Era una sensación extraña, feliz y triste, de impresión y aprensión, de emoción y decepción. Era hermoso, lo más hermoso que jamás he visto en mi vida. Las rocas, las algas, la luz emanada por fuego azul, los enormes pilares de piedra, sus columnas iluminadas, llenas de vida, llenas de poder. La ciudad bajo el mar era toda la utopía jamás soñada por el hombre: lejos de distracciones, sin medios que manipulen las mentes de los hombres, sin pudor por vestirse bien, sin preocupación por ser mejor que el vecino. Era una sociedad completa, de ayuda y fraternidad, cuyo objetivo era disfrutar todo: la vida, la muerte, el sol, el fuego, el agua, el mar, la sal, las algas, la comida, el sexo, la diversión, el estudio, la meditación, la introspección y compartir todo, siempre.
Mi compañera me tomó la mano después de una semana de vivir ahí. Por su gesto, sabía que tenía volver al mundo de la superficie y no recordaría nada, eso me entristeció mucho pues me resultaba difícil dejar ir la experiencia y la idea de que quizá nunca volvería. Pero la sirena me prometió volver y recordar, aunque fuera un recuerdo soñado y borroso, aunque yo mismo no lo creyera.
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