Las pequeñas callecitas empedradas vibraron dentro de mí.
Esa vibración sentida en la epidermis de mi alma cuando respiro en estas islas.
El sol en mi cabeza lanza sus rayos dorados e ilumina mi sendero, sus luces se expanden como
un virus y llegan a mis dedos acompañados de un ligero cosquilleo.
La gente mira con amabilidad y compasión mi ligero
paseo ¿acaso estoy flotando? Sonrisas me
explican que me entienden, me dan la bienvenida al vientre materno, me han
esperado por años y aceptan mi regreso sin tanta emotividad – era obvio que
volvería.
Las plantas tienen los colores necesarios. Las observo con
cuidado y detenimiento, saboreo su textura, su brillantez y sus recovecos;
quiero guardar en mi mente la imagen perfecta y el olor que emanan.
El cielo está despejado y una nube blanca adorna la
decoración; los pájaros graznan de alegría junto al mar y el olor a brisa es el
fondo del telón. Como un gato, ronroneo cuando roso con mi mano las casitas,
mis pies descalzos se enfrían con la roca que pisan y mis ojos lagrimean cuando
el sol sale por detrás de las montañas.
Hace muchos años, tendido estaba sobre estas hierbas. El
camino ha terminado, nunca lo seguí porque no tenía forma, pero terminé aquí.
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